Introducción:
El don de la simetría
Conviene no obviar lo crucial que puede ser un solo detalle en cualquier aspecto vital. Hasta dónde es capaz de llegar el efecto mariposa, concepto de la teoría del caos (“el simple aleteo de una mariposa puede cambiar el mundo”). Uno de esos detalles, hace ya 25 años, marcó un antes y un después en las aspiraciones de un chico de 13 años que apuntaba a extraordinario nadador.
Y a la postre en todos nosotros.
Aquel chico, un fuera de serie en los 400 metros libres, soñaba con ser olímpico. Tal como hiciese Tricia, una de sus hermanas, en Seúl (1988). Sin embargo un huracán asoló su localidad, Saint Croix (Islas Vírgenes), destruyendo la piscina donde se ejercitaba, única de dimensiones olímpicas de la isla. Y su negación a entrenar en el mar, por pavor a los tiburones, fue la semilla del cambio. Después, curiosamente su otra hermana , Cheryl, fue indirectamente punto clave en el nuevo rumbo.
Porque su marido, Rick Lowery, que había jugado al baloncesto durante su etapa universitaria (Capital University en Columbus, Ohio), inoculó el virus del deporte de la canasta en aquel chico, que apenas un mes antes del desastre climático había sufrido un mazazo devastador, la pérdida de su madre, víctima de un cáncer. Demasiadas tragedias que digerir en muy poco tiempo.
De aquel mes fatal no sólo se repuso el joven sino que de allí se levantó uno de los mejores jugadores de baloncesto que jamás hayan pisado una cancha. De ese cúmulo de circunstancias, derivadas una tras otra como guionizadas pero en realidad sin serlo, nació el mejor ala-pívot de todos los tiempos
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